lunes, 18 de febrero de 2013

Una nueva literatura en movimiento

 

Los andantes

Federico Guzmán Rubio

253 pp.

Ediciones Lengua de Trapo, Madrid, 2010

 

 

¡Tranquilos, no se alarmen, no es teatro!, decía Araquistáin en una columna del año 1930 a una sociedad que aún no estaba lo suficientemente madura ―en términos artísticos― para asimilar los nuevos conceptos que introducían las vanguardias. El teatro es demasiado público para aceptar en la escena muchas cuestiones que, por otro lado, se leen con agrado ―o al menos sin escándalo― en la intimidad de un espacio privado. Tranquilos, no es teatro, podemos leer la novela de Federico en nuestra escandalosa intimidad, sin levantar falsos velos que subsuman o etiqueten a una novela o conjunto de cuentos ―esto es advertencia del editor― como una “farsa erótica” o un “drama pornográfico”. Homenaje o no a aquellas palabras de Araquistáin ―y casi cien años después―, hace pocos días obligaron a la dirección del Festival de Teatro de Mérida a retirar de una exposición pública una fotografía en blanco y negro del actor Asier Etxeandia ―dispuesto a interpretar “Infierno”, una versión de Tomaz Pandur sobre la “Divina Comedia”― desnudo y tapando su sexo con la fotografía de un Cristo crucificado. Pero esto es otra cuestión.

Hace bien el editor de Lengua de Trapo en advertir al lector la estructura que va a encontrar en la narración de Federico Guzmán Rubio: leamos como leamos ―cuentos lineales o novela circular―, la sensación es la de un viajero que se traslada con los personajes a un buen número de países en los que ir arrastrando un escepticismo existencial difícil de encajar dentro de una conciencia colectiva que los ordene. Así, lo que se desarrolla con un destilado realismo, no exento de una ingeniosa ironía, acaba por parecer en muchos momentos fruto de una simple plática entre compañeros a los que les gusta imaginar, contar historias, inventar situaciones que ellos creen inverosímiles pero que el lector destila con extraordinaria normalidad. Los personajes luchan contra el tiempo, como si éste no pasara en la dirección deseada y simplemente se reconocieran en su paso, según avanzan las historias cada uno va perdiendo un poco de protagonismo, fruto tal vez de ese reflejarse en los otros. La identificación del lector con los mismos es máxima, detrás está el esfuerzo del autor por mantener, sea cual sea el personaje que interviene, la primera persona. Así, la narración da saltos entre el diario, la carta, la confesión, la aventura imaginada o el testimonio, dotando al texto de un gran dinamismo y combinándolo ―las menos ocasiones― con un narrador omnisciente que aporta datos sobre el pasado. Aunque es cierto que en ocasiones las evidencias estructurales del texto permiten al lector predecir lo que puede estar ocurriendo en la narración de un determinado personaje, no es menos cierto que la riqueza temática, la diversidad espacial, las reflexiones ingeniosas de índole sociológica, el factor metaliterario y el trabajado carácter de los personajes para evidenciar al individuo de este siglo, acaban constatando la calidad de la narración.

Atento lector, esto no es teatro, es cuento o novela, lo que prefiera, no es una narración de hechos gratuitos, sino el fruto de un buen arquitecto literario, no es la anécdota fácil ni el atrayente color local mexicano sino el producto de una rica tradición literaria que sitúa a la mujer y a la tierra en los motores del discurso de sus protagonistas: los anhelos, el poder-haber-sido, los viajes de y hacia ellas, son temas contados por un autor, Federico Guzmán Rubio, que promete no dejarnos indiferentes.

 

 
Conrado Arranz
octubre de 2011

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