Los
andantes
Federico Guzmán Rubio
253 pp.
Ediciones Lengua de Trapo, Madrid,
2010
¡Tranquilos, no se
alarmen, no es teatro!, decía Araquistáin en una columna del año 1930 a una
sociedad que aún no estaba lo suficientemente madura ―en términos artísticos―
para asimilar los nuevos conceptos que introducían las vanguardias. El teatro
es demasiado público para aceptar en
la escena muchas cuestiones que, por otro lado, se leen con agrado ―o al menos
sin escándalo― en la intimidad de un espacio privado. Tranquilos, no es teatro,
podemos leer la novela de Federico en nuestra escandalosa intimidad, sin
levantar falsos velos que subsuman o etiqueten a una novela o conjunto de
cuentos ―esto es advertencia del editor― como una “farsa erótica” o un “drama
pornográfico”. Homenaje o no a aquellas palabras de Araquistáin ―y casi cien
años después―, hace pocos días obligaron a la dirección del Festival de Teatro
de Mérida a retirar de una exposición pública una fotografía en blanco y negro
del actor Asier Etxeandia ―dispuesto a interpretar “Infierno”, una versión de
Tomaz Pandur sobre la “Divina Comedia”― desnudo y tapando su sexo con la
fotografía de un Cristo crucificado. Pero esto es otra cuestión.
Hace bien el editor
de Lengua de Trapo en advertir al lector la estructura que va a encontrar en la
narración de Federico Guzmán Rubio: leamos como leamos ―cuentos lineales o
novela circular―, la sensación es la de un viajero que se traslada con los
personajes a un buen número de países en los que ir arrastrando un escepticismo
existencial difícil de encajar dentro de una conciencia colectiva que los
ordene. Así, lo que se desarrolla con un destilado realismo, no exento de una
ingeniosa ironía, acaba por parecer en muchos momentos fruto de una simple plática
entre compañeros a los que les gusta imaginar, contar historias, inventar
situaciones que ellos creen inverosímiles pero que el lector destila con
extraordinaria normalidad. Los personajes luchan contra el tiempo, como si éste
no pasara en la dirección deseada y simplemente se reconocieran en su paso,
según avanzan las historias cada uno va perdiendo un poco de protagonismo,
fruto tal vez de ese reflejarse en los otros. La identificación del lector con
los mismos es máxima, detrás está el esfuerzo del autor por mantener, sea cual
sea el personaje que interviene, la primera persona. Así, la narración da
saltos entre el diario, la carta, la confesión, la aventura imaginada o el
testimonio, dotando al texto de un gran dinamismo y combinándolo ―las menos ocasiones―
con un narrador omnisciente que aporta datos sobre el pasado. Aunque es cierto
que en ocasiones las evidencias estructurales del texto permiten al lector
predecir lo que puede estar ocurriendo en la narración de un determinado
personaje, no es menos cierto que la riqueza temática, la diversidad espacial,
las reflexiones ingeniosas de índole sociológica, el factor metaliterario y el
trabajado carácter de los personajes para evidenciar al individuo de este
siglo, acaban constatando la calidad de la narración.
Atento lector, esto
no es teatro, es cuento o novela, lo que prefiera, no es una narración de
hechos gratuitos, sino el fruto de un buen arquitecto literario, no es la
anécdota fácil ni el atrayente color local mexicano sino el producto de una rica
tradición literaria que sitúa a la mujer y a la tierra en los motores del
discurso de sus protagonistas: los anhelos, el poder-haber-sido, los viajes de
y hacia ellas, son temas contados por un autor, Federico Guzmán Rubio, que
promete no dejarnos indiferentes.
octubre de 2011
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