martes, 17 de mayo de 2011

El profundo sur, el profundo ser de Andrés Rivera

La repetición de voces genera inquietud. Las balas siembran inquietud. La inquietud no permite ver el origen de las voces ni de las balas. Pasan deprisa ante el lector y sólo se detienen cuando eclosionan en un cuerpo. Estamos en 1919. Cuatro cuerpos, cuatro personajes que confluyen en una historia común de Buenos Aires, Semana Trágica. Desde un camión ―abrigado por la masa, “¡tiren! ¡tiren!”― dispara un hombre con el objetivo de alcanzar a un líder obrero, falla y la bala se deshace en otro cuerpo, es un escritor que suele quemar sus creaciones. Hay, además, un testigo ―a parte del lector―, un librero que se siente unido a una pistola. En realidad, todo ha sido una casualidad, es fácil la excusa, la indiferencia, el silencio. La responsabilidad del que dispara se diluye, no así la del atento lector que podrá identificar en los personajes sentimientos universales que escapan al relato de los hechos.



Una buena noticia: Veintisiete letras publicará próximamente para España una segunda novela de Andrés Rivera: El amigo de Baudelaire.

Sobre Andrés Rivera podemos encontrar en la red: el artículo para la revista Espéculo de Marta Inés Waldegaray, “Andrés”; el amplio seguimiento de El profundo sur por parte de la editorial Veintisiete; Una semblanza y recursos en el portal argentino literatura; el comentario y recomendación de Miguel Ángel Muñoz en El síndrome Chéjov .

            A continuación, la reseña de El profundo sur, para Separata. Revista de pensamiento y ejercicio artístico, nº.18, Santiago de Querétaro, octubre de 2010.

LUGARES COMUNES

El profundo sur
Andrés Rivera
93 p
Veintisiete Letras, Madrid, 2007

         Entrar en El profundo sur es hacerlo en una cavidad profunda de nuestro propio ser. Ese sur existe en la geografía física de nuestro autor –tierra gaucha, espacio mítico en donde aún hoy escuchamos el lento cabalgar de don Segundo Sombra–, sin embargo ese sur se transforma en un espacio común, en un estado de ánimo, en un sentimiento que envuelve al autor, personajes y lectores en una misma coordenada.
Son cuatro vidas las que se cruzan una mañana gris de 1919 en una calle de Buenas Aires. Asesino, testigo, objetivo del asesino y occiso. Son tiempos de Revolución a lo largo y ancho del mundo, tiempos para la subversión de un orden que comienza a establecerse y a separar las clases por criterios materiales. La óptica –relato presente– se fija en un pequeño espacio gris bonaerense en el que la Semana Trágica siembra de víctimas las calles. Víctimas. Verdugos, anónimos paseantes, otros. Uno mismo podría darse cita en esa calle en donde convergen las balas de un fuego cruzado; balas que se impulsan desde la vida y surcan el espacio –común– para estrellarse contra la vida. Vida contra la vida. Un lenguaje probabilístico se afianza en torno al destino de aquellos cuatro hombres. Nadie conoce el pasado del otro –es una batalla de intereses mayores– y exclusivamente al lector se le van desdoblando las páginas de cada uno de ellos; porque al inicio estos personajes son sólo un rasgo físico celebrado con una aguda frase de Rivera, luego nos llegan sus identidades nominales y finalmente, por arte de magia, aspectos concretos –inflexivos– de su pasado inmediato que acaban por definirlos. Las vidas de los personajes quedan apuntaladas por medio de endebles muletas que sostienen sus rostros –como Dalí representara El sueño; estado intermedio entre la vida y la muerte. Silbido de una bala.
Es imposible no oscilar con la prosa de Rivera –en ese vaivén contenido que es la vida–, no ser víctima de la intensidad que merece una existencia a priori anónima. Es difícil no inquietarse ante voces externas que surgen en el relato en su facilidad de ser pronunciadas –autómatas– pero que cargan un significado tan complejo. En ocasiones el lenguaje se retuerce hasta convertirse en flujo de conciencia, y las grandes decisiones que ha de tomar un ser humano en la vida –al lado de quién se pone– se reducen a contemplar la exquisita belleza de unas tetas pálidas y gordas –como fantasmas. Relatos presentes y relatos pasados se suceden, como parte de una misma cosa, envueltos en metódicos silencios en los que Andrés Rivera y el profundo sur hablan.
Habrá que estar atentos a esta joven editorial –Veintisiete Letras– que tiene como empeño publicar a autores hispanoamericanos olvidados por el centralismo involuntario de las letras españolas.

Por Conrado Arranz

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