lunes, 16 de enero de 2012

Teatro de mundo

¿Existe la posibilidad de elaborar una Teoría de la Humanidad?, “¿Hacia dónde debe el hombre dirigir su pensamiento para que no lo consideren loco?”, ¿pueden vivir juntos y encontrar espacios comunes un hombre sano que se quiere suicidar y una enferma terminal que quiere por encima de todo vivir?, ¿se puede producir ficción a través de una Teoría de la Humanidad y realidad en un sanatorio?, ¿se puede jugar a salvar a todos y asumir una condena propia en cada una de estas salvaciones?, ¿un hombre bastarde puede usar la fotografía para ocultar a los demás una discapacidad física? Aunque no es fácil, los personajes de Tavares intentan responder a estas y otras preguntas, disfrazan bajo la razón posible que pueda encontrarse en un sanatorio o en una habitación doméstica. Las contradicciones de la condición humana quedan reflejadas en las luchas obsesivas de los personajes. Tavares moldea el carácter de los personajes sólo a partir de los otros pese a que parecen estar solos, como autómatas, representando un papel dentro de un escenario parecido al que se desenvolvía Nicole Kidman en Dogville. Son luz en la oscuridad. También hay muerte, porque los personajes se enfrentan, porque los lectores y el autor están obligados a entenderse, porque el narrador maneja a los personajes con soltura y transparencia para significar. Porque todos somos culpables.


Jerusalén, de Gonçalo M. Tavares, no defrauda. A continuación, la reseña para Separata. Revista de pensamiento y ejercicio artístico.

Agosto, 2011







TEATRO DE MUNDO

Jerusalén
Gonçalo M. Tavares
223 pp.
Mondadori, Barcelona, 2009


Tavares hace fácil la aprehensión de la esencia del ser humano sobre la base de una sencilla historia de personajes teatrales que concurren en un espacio no tan ajeno a nuestro contexto. La lectura de Jerusalén se aproxima más a una turbadora vivencia teatral o cinematográfica que a un desafío del lector ante un texto muy bien escrito que también. Dispongámonos en la primera fila: somos privilegiados espectadores de las secuencias que se suceden de una manera fragmentaria. Se abre un telón inexistente y una luz difusa ilumina el rostro de Ernst que mira obsesivamente hacia una ventana abierta en el lado derecho de nuestro escenario el opuesto a nuestra ubicación; un timbre telefónico suena en repetidas ocasiones hasta catorce sacudidasy parece reclamar con ello el protagonismo que merece un componente iniciático de la vida. Después, los sucesos se plasman como detalles minimalistas de la ficción, pequeñas verdades que recolectaremos si es que nuestro deseo se centra en desentrañar el hecho magnífico de que seis personajes (Ernst, Hanna, Theodor, Mylia, Hinnerk y Kaas) se den cita casual en una solitaria madrugada de una ciudad cualquiera, reclamando, como ya hiciera Pirandello en Seis personajes en busca de autor, que alguien les dé vida. Más ardua resulta la salvación espiritual que intenta alguno de ellos al solicitar su entrada en la iglesia tras haber quebrantado sólo en apariencia uno de los mandamientos sagrados que quedaron recogidos antaño en el Éxodo o en el Deuteronomio: no matarás.
La cárcel espacio (físico) privativo de la libertad de los seres humanos, en donde este mismo personaje debe purgar las consecuencias de su acto, no dista mucho de parecerse al sanatorio mental Georg Rosenberg en donde transcurre parte de la acción. El sanatorio, a su vez, podría ser una metáfora del modelo de sociedad que estamos construyendo los sujetos de hoy. Allí se arrojan al cubo de la basura los pensamientos que no interesan y estar curado significa “también olvidar el trayecto que permitiría recuperarlos de nuevo”. El resultado, parece claro sobre la imagen de Kaas: el hombre, bastardo de su historia, es hoy un discapacitado físico que intenta ocultar sus defectos a los demás por medio de sus propias fotografías. El olvido se convierte en una enfermedad peligrosa; por supuesto, también el miedo y la violencia mundial que estudia Theodor, un sobresaliente investigador venido a menos epistemólogo, tal vez, como Tavares. Jerusalén, que sólo aparece nombrada en el título y dentro de un dicho popular en la boca de uno de los personajes, parece cobrar relevancia en este contexto de convivencia entre civilizaciones potencialmente opresoras y civilizaciones oprimidas. La línea que separa el pensamiento de la locura los escenarios que conoce el lector de los escenarios de la ficción, es tan delgada que podemos asistir al cierre del telón inexistente que abrió la novela y darnos cuenta de que quizá nunca ha sucedido lo que hemos presenciado o sí, y que sólo la recuperación de nuestro pensamiento podría ser capaz de descifrarlo.


Por Conrado Arranz

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