
Después de leer El libro de Monelle me quedan dos sensaciones disímiles: la ternura, la intensidad, el onirismo que experimenté al terminar Hiperión o El eremita de Grecia, de Hölderlin; y la intimidad y confianza con la que platico con mi amigo, salvo que por detrás de mí aparezca una mujer hermosa o embriagadora que bien pudiera ser la propia Monelle. Monelle es "algo" que promete un mundo diferente al que estamos acostumbrados, empuja hacia un viaje iniciático de un espacio y tiempo nuevos. La primera parte del libro, por tanto está llena de aforismos que en realidad son consejos ante la incertidumbre. Después, ¡lectores imprudentes!, llegamos a conocer a las hermanas de Monelle, todas las máscaras que coexisten en la misma danza que leemos, son personas de carne y hueso como nosotros, algunas las reconocemos bien en nuestra experiencia. Monelle nos espera al final del viaje y sólo ahí nos preguntamos si el camino ha merecido la pena o si hubiera sido mejor quedarnos quietos. Una sentencia inicial nos ayuda a dictaminar: "No digas: ahora vivo y mañana moriré. No dividas la realidad entre la vida y la muerte. Di: ahora vivo y muero".
Quien se acerca a El libro de Monelle cree encontrar espejos mágicos que responden a preguntas recurrentes, pero cuando uno va a abrazarlos para llevarlos consigo éstos se diluyen como pequeños charcos de agua bajo el efecto del sol. Y es que "Los hombres buscan su alegría en el recuerdo y resisten a la existencia y se enorgullecen de la verdad del mundo, que ya no es verdadera puesto que se ha convertido en verdad".
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