lunes, 25 de febrero de 2013

De murmullos y aflicciones


*El presente ensayo se publicó (junto con una entrevista a ambos autores y una selección de sus poemas) en la revista Separata, número 22, correspondiente al mes de julio de 2011.


Viviana Paletta

Las naciones hechizadas.

Mérida, El Otro, el Mismo, 2010

Óscar Pirot

Bestimenta.

Madrid, Papel de fumar ediciones, 2011



Seguramente, el texto que sigue a continuación no haga justicia literaria al contenido de dos libros ―colecciones de poemas― de muy reciente publicación: Las naciones hechizadas (Mérida –Venezuela–, 2010), de la escritora argentina Viviana Paletta, y Bestimenta (Madrid, 2011), del mexicano Óscar Pirot, ambos residentes en suelo español. Lo que iba a ser una reseña para dar testimonio de dos hechos excepcionales ―alumbramientos silenciosos aunque incómodos para el lector― se ha convertido en un ensayo más voluminoso. El lector no encontrará en estas letras hilos a las obras de la tradición poética española o hispanoamericana, tampoco sesudas teorías literarias que expliquen la composición de los versos o la estructura de los poemas que integran ambos libros, ni siquiera un testimonio liminar de gráciles eslóganes editoriales que inciten a la pulsión mercantil que todos poseemos de manera más o menos oculta. Lo que sigue es un sencillo ronroneo, el sonido aparente de un gato que durante días se restregaba contra mí mientras leía inocentes y cercanos poemas con la mirada con la que uno se aproxima a algo que emana de un ser querido. Cuando acabé su lectura intenté encontrar al felino en el espacio que delimitaba mi pequeño territorio, pero éste había desaparecido o, tal vez ―y esto siempre es peor―, nunca había existido. Simplemente gravitaba, entre el espacio delimitado por ventanas y paredes, aprisionado, ese ronroneo constante e incómodo, difícil de descifrar, sostenido en clave de Sol[1], que sólo el silencio ―enojado con la condición humana en el albor del siglo XXI― podría descifrar y poner emoción en forma de letra. Ayer pensaba ―y hoy dudo― que era justo recurrir a la condición de creadores hispanoamericanos en España de Viviana y Óscar, hacedores en tierra ajena a su alumbramiento, renovadores de un género que viene de una tradición poco conocida o difundida en España, al contrario de lo que ocurriera con la novela que se llamó del boom, la de mediados de siglo XX, cuyos precursores Juan Rulfo o Jorge Luis Borges, entre otros, hoy cumplen veinticinco años de desaparición corporal. Largos son los caminos que conducen a la literatura hispanoamericana en España, como largo el enriquecimiento que la española ha experimentado en las últimas décadas gracias a aquélla; Viviana y Óscar pertenecen a una generación de autores que, si bien su adolescencia transcurrió entre lecturas provenientes de su tradición nacional ―algo que, sin duda, otorga a su voz esa denominación de origen que todo lector distingue―, su despegue literario se encuentra influido por la época que nos ha tocado vivir, aquélla en que las noticias, las formas, las influencias, las lecturas, la crítica, viaja a la velocidad de la luz por diferentes canales de comunicación. Así, un lector escéptico, aburguesado, melancólico, como el que podría estar escribiendo esta opinión, puede encontrar bajo la pluma de ambos poetas, elementos suficientes para elevar al carácter de universal sus temas y convertir las palabras ―bajo la belleza de la estética― en balas dirigidas al centro de cualquier existencia.

Hoy la realidad se hace urgente y lo que iba a ser una lectura personal sobre dos obras se convierte en un eco exterior de consecuencias inabarcables. Uno pasea despistado por la Puerta del Sol y confunde entre la muchedumbre voseos, seseos, haches aspiradas, tonalidades lingüísticas y léxicas de diferentes colores, palabras que todo el mundo entiende aunque sea la primera vez que las escuche. La reflexión sobre el alcance del lenguaje y su uso ocupa un elemento esencial en ambos autores. De alguna forma, ambos poemarios parten de la muerte del hombre tal y como se le entiende en el siglo XXI: un ser ahogado por musculosa materia que carga allá donde se traslada pero que, no obstante, en esos trayectos abandona lo que de espíritu le queda. En esas masas ingentes debe encontrarse la esperanza de luz, el espíritu animoso a la crítica y al cambio, ya sea en la animalidad que todos albergamos como instinto, como nos presenta Óscar Pirot, o ya en la capacidad de indignación ante sí mismo, el reconocimiento de lo que no queremos ser y, sin embargo, la incertidumbre ante lo que somos, como lo hace Viviana Paletta. Así las cosas, ¿nos costaría identificar en la nueva cúpula del intercambiador de Sol ―diseñada por Fernández Alba― a un ballena transparente que escupe bocanadas de personas hacia la plaza mientras cada uno de los individuos apuntala con arpones sus mensajes de futuro? Un animal que colabora en la ruptura de las barreras que trasluce Óscar Pirot en su poema “Araña”:

“y se van acostumbrando a ser el hilo

mortal que estranguló su propia luz”

Bestimenta, como dice Julio Espinosa en el prólogo del libro, es “como quien dice Bestiario, como quien dice Vestido de Bestia o Bestia Vestida”; en realidad, una forma de identificación del hombre con la bestia, metamorfosis que, también como pretexto literario, sobreviene en “El domador domado”, poema con el que Pirot abre el libro:

“ha comido ya su ración de carne

ha dejado el plato vacío

la página en blanco”

Pero también, ¿nos costaría identificar, en todas aquellas personas acampadas en el suelo de las plazas de centenares de ciudades y barrios, una actitud de escucha hacia la tierra, una inmersión mágica que busca delatar el sentido primigenio del hombre para revertir el orden que él mismo ha establecido?, ¿no encontramos en los desalojos violentos que realiza la policía el derramamiento de sangre purificador, la identificación del hombre con la naturaleza, la visión telúrica de la existencia? Viviana Paletta, en el largo poema que abre su obra y que, a su vez, le da nombre ―“Las naciones hechizadas”― afirma con determinismo:

“En la mañana informe del tiempo.

La muchedumbre emerge del barro:

el torso, rígido; la cabeza

levantada”

Aún más explícito con esta cuestión es su poema “La ronda de los arqueros”:

“Nos frotamos

uno tras otro

las manos con resina,

el pecho con tierra bermeja”

La tierra se convierte en el motor de la poesía, en el motor de la civilización, en su brújula (“Despiertos, se desorientan/y hambrean”) y en su codicia (“Pero tenemos pavor/de que nos rapten la tierra”). Por supuesto, los crímenes, el derramamiento de sangre, nos iguala en esta búsqueda por encontrar los elementos que sintetizan al ser humano universal.

“Nuestro es el cuento del barro y del maíz,

y una escarcha de crímenes

que cautivan

a los dioses del azar”

Reflexionar en torno al sentido más primigenio del hombre, reducirlo a las acciones más sencillas, a las causas de las decisiones y sus consecuencias, es la única manera de recuperar los actos individuales que lo caracterizan, de alejarlo de la complejidad de un mundo que impide dirimir responsabilidades, que favorece el refugio en la masa, en los comportamientos comunes. Recientemente un torero afirmaba en un programa de televisión: “yo no soy una persona violenta”, cuando una tertuliana le acusaba de haber provocado una pelea a la salida de un bar; olvidaba tal vez que su profesión principal ―aunque en ese momento se confundiese con la de dicharachero― era la de matar a un animal con diferentes herramientas mientras la gente aplaudía al ritmo de su sufrimiento.

            Confluyen nuestros dos autores, de telurismo y seres humanos también habla Óscar Pirot en su poema “Luciérnaga de sangre”:

“La tierra evapora

su vientre de obsidiana

coagula el tiempo en un grano

de luz”

La recepción de las antiguas tradiciones indígenas de América ―que tan bien supo captar el Conde de Keyserling a través de su idea empírica de la filosofía y de la influencia de la sabiduría antigua en la actualidad― y el sentido latente de lo mítico como herramienta privilegiada para explicar las afectaciones del ser humano, se dan cita en los poemas de Pirot y de Paletta. Pirot acoge en su bestiario a animales como el Ave Fénix, el unicornio o el tzitzimime, animales que salen de nosotros mismos, de nuestra tradición, son si cabe el resultado más perfecto de la fusión entre la bestia y el hombre, fuerza que mide el paso del tiempo, proyección futura; mientras, Paletta acude más al sentido mágico y natural de la tierra, en contraposición con la tradición católica más arraigada en nuestras sociedades, como sucede por ejemplo en el poema “Stabat Mater”[2], formado por estrofas de cuatro versos cuyos dos finales siempre contienen el mismo pareado: “viendo que sus ojos/a la guerra van” ―sinécdoque tomada de la canción gongorina “La más bella niña”[3]― coro de almas que contesta hechizado al corifeo de una antigua tragedia griega. Felizmente la autora lo ubica tras el poema “Las naciones hechizadas” que narra la creación histórica de la civilización.

            En Bestimenta y en Las naciones hechizadas, por tanto, se plasman dos visiones de superación del ser humano: como sujeto animal y como sujeto racional; la liberación del mismo a través de sus emociones más primarias o su liberación en el reconocimiento racional de su especie y evolución. Dos impulsos poéticos que hacen un llamado a reconocerse y que tratan de una manera transversal la reflexión sobre el lenguaje, elemento sobre el que se articula dicho entendimiento, elemento que también permite al poeta hacernos llegar su voz.

“la palabra abandona su casa hueca

y resplandece desnuda en un rincón del jardín

el caracol se deshace por fin del silencio

y ofrece su cuerpo

desnudo en el poema”

De esta forma Óscar Pirot entrelaza bestia-lenguaje-hombre, se sirve de diferentes niveles semánticos para confluir en la importancia central del silencio. Así, muchos poemas evocan ese poder intrínseco que contiene el silencio, como por ejemplo en “Hormigas”, donde éstas son capaces de levantar mucho más que su propio peso, al igual que el silencio es capaz de hacer en relación con las palabras; o en “Pantera”, animal que queda relacionado con el silencio en los siguientes versos: “eres el silencio/que nace en la muerte/de cada palabra”, un silencio posterior, que vive después del fallecimiento de la palabra o que necesita de su muerte para vivir. Sin embargo, ese silencio, inherente a la bestia por su incapacidad de articular lenguaje, evocador de manera intrínseca para la comunicación, adquiere una trascendencia social cuando interactúa con el ser humano ―especie dentro de la cual se encuentra el poeta―, somos incapaces de manejar la palabra, ésta pierde peso, se desintegra y, vacía, sirve más al objetivo de la domesticación; la bestia, silenciosa dentro del ser, aguarda para ser evocada. Así, su poema “Peces”, destaca el virtuosismo de dicha especie para dormir con los ojos abiertos por la ausencia de párpados, luego…

“la palabra es un ojo sin párpados

su sueño es la escritura

su realidad el silencio”

Viviana Paletta, sin embargo, tiende poéticamente hacia el silencio a través de la desarticulación del lenguaje por el uso que de él hacemos los seres humanos. Principia su reflexión en el poema ya comentado que da nombre al libro, “Las naciones hechizadas”, en donde deja clara su vocación de comparar al silencio con el mar; silencio y mar como elementos inmensos que dan sentido al lenguaje y a la tierra, respectivamente. A medida que avanza la obra, el tono de la poesía se va volviendo más intimista. El lector encuentra con sorpresa un poema sin título, como arrojado dentro del poemario, compacto, sin división versicular ni estrófica, palabras que en realidad son símbolos de imágenes que forman parte del imaginario colectivo actual (bombas, agonía, comparsa), siempre impulsadas por un verbo que pide acción y que, sin embargo, finaliza con una negación reiterada. Después de esta condensación asfixiante del lenguaje, el poema “Aire” ofrece una vía de escape momentánea al lector, arrojando algo de esperanza frente al tono de pesimismo existencial que mantiene Paletta a lo largo de toda su obra.

“Pero me han dado

una copa de viento:

¿no la he de apurar?”

Estos “poemas-bloque”[4] los repite la autora hasta en dos ocasiones más: “Fanfarria del arlequín”, en donde el hombre es el centro de todas las palabras, y “Opereta forense”, articulado en torno a la figura de la muerte que se apodera del centro de la existencia. El efecto de estos poemas dentro de la obra es de solidez del lenguaje, de ahogo al lector con el uso de numerosos términos ora semejantes ora ambiguos, no hay espacio para el descanso, no hay signos de puntuación, ni siquiera el punto y final. Paletta redondea la significación de la forma con su espléndido y extenso poema final, “Enciclopedia universal”, que reproduce alfabéticamente multitud de términos que hacen referencia a la violencia del siglo XXI; de manera visual el lector ubica entre corchetes, en diferente color y ajenos al orden alfabético, aquéllos términos que hacen referencia a la realidad de los vencidos ―los que pueden dar luz a la historia que nos imponen desde los medios de comunicación―, sin embargo, estos corchetes se van quedando vacíos, se van haciendo más tenues en su tinta, se convierten en territorio devastado, espacio vacío, lenguaje silenciado.

            El poemario de Viviana Paletta está conformado por poemas nada uniformes, tanto en la extensión métrica del verso como en el número de éstos; la mayor parte de las veces, dichas extensiones vienen condicionadas por el contenido del propio poema, por el empleo de elementos simbólicos (poemas más breves) o el de elementos realistas (poemas más extensos, más descriptivos), la autora maneja con maestría el ritmo poético, acelerándolo a través de anáforas o ralentizándolo por medio de oraciones yuxtapuestas, ni qué aludir a los denominados “poemas-bloque” o a “Enciclopedia universal”, bombardeo de términos o conceptos que nos resultan ―horror del siglo XXI― peligrosamente familiares. La poeta desaparece detrás de los protagonistas de su poesía, lo cual confiere originalidad a cada uno de ellos, en algunos alcanza a identificarse dentro del colectivo, mientras que en otros su voz se objetiva por completo.

            La voz de Óscar Pirot juega también con los distintos planos semánticos a los que hemos aludido con anterioridad, en algunas ocasiones el que habla es el propio animal, en otras habla el poeta desde la perspectiva del animal, y en otras atrae para sí su imagen animal, es decir, en ocasiones hay una imagen fiel de la bestia mientras que en otras hay una imagen de la imagen que la bestia deja en la percepción humana. Cada poema se adapta milagrosamente en su forma a la concepción del animal protagonista, a veces de una manera radical; encontramos asteriscos repartidos entre las letras en el poema “Rastros de luciérnaga” o en “Transbordo-hormigueo”, se sitúan enfrentados el murciélago y el búho para hacer un juego sobre sus visiones, se ondula la estrofa que recrea el vuelo de las palomas al compás del verbo creer al inicio de los versos, minúsculas, mayúsculas, paréntesis consecutivos, espacios vacíos, comillas que no encierran nada, cualquier elemento ortográfico sirve al significado del poema, el lenguaje se disloca en virtud de las mordeduras de una extravagante cocodrila o se adapta al vuelo de una revoltosa mariposa,

“obsérvala atentamente

no está ahí no pertenece al tiempo es sólo

un espectro de seda una mancha que

dice –vámonos”
Lenguaje sinestésico que nos permite entrar en el espacio de percepción del animal para luego salir de él por medio de sensaciones universales, porque son éstas las que pueden producir la catarsis en el ser humano. Las naciones hechizadas, de Viviana Paletta y Bestimenta, de Óscar Pirot, en su disparidad de formas y contenidos, son un debate vivo de causas, medios y fines, una búsqueda de la animalidad, de la emoción, del reconocimiento y de la incertidumbre de lo que somos. Paletta comienza Las naciones hechizadas con unas palabras tomadas de Elias Canetti: “Las banderas están a todas luces compuestas de viento”. Óscar Pirot las corresponde en su “Ave Fénix”: “descubrirás/que ya no eres el ave/sino el vuelo”. No nos olvidemos de la animosidad que mueve nuestras acciones, de la consciencia que envuelve nuestros actos, del viento, del vuelo, de la vida que agita toda la materia, del murmullo de la bestia en torno a una tierra afligida y llena de semejantes.



[1] Poco después de la lectura de ambos poemarios, un quince de mayo, miles de almas decidieron poner letra a su indignación en miles de carteles esparcidos por la Puerta de Sol de Madrid, algo que contagió a muchas ciudades, de muchos territorios, en un grito que perdura hoy, más localizado.
[2] Dicho poema proviene de una secuencia católica del siglo XIII que principiaba: “Stabat Mater dolorosa”, y reflexionaba en torno al dolor que María sufrió ante la crucifixión de Jesús.
[3] Además de este recurso intertextual, encontramos a lo largo del poemario nuevas referencias que nos llevan a autores tan relevantes como Garcilaso o Rubén Darío, a través de los cuales la autora nos propone un juego de actualización, una lectura clásica de la historia moderna.
[4] Término con el que, no sin temor, nos atrevemos a denominar a este tipo de poemas.

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