miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sobre los padres

La primera acepción que de “padre” aparece en el diccionario dice lo siguiente: “varón o macho que ha engendrado”. Últimamente mi vida  gira –de una u otra forma– en torno a la figura del padre, últimamente mi vida me arroja a la cara una misiva que dice “soledad”. Esto no quiere decir que yo no tenga un varón o macho que me haya engendrado, al revés, lo tengo y sigue estando presente en mi vida, como faro, a veces recurro a su fuerte olor a tabaco negro para sondear mis tinieblas personales. Apartadas éstas, comienzan las figuras paternas a bailar a mi alrededor: todos los padres del mundo se rebelan contra la existencia de los que quiero, y entonces se asocian con mi sensación de soledad, la suya también, la de todos. Cuando esto ocurre, no sé por qué extraña razón (y aquí solicito una ayuda sabia de alguien que por casualidad llegue a este rincón) aparece un libro de algún escritor francés; harto extraño porque desgraciadamente sé más bien poco de francés –apenas algunas frases que oía a mis primos lejanos pronunciar en algunas vacaciones–, poco también sé de literatura francesa (o al menos, no tanto como me gustaría) y poco de personas cercanas que vivan relaciones en torno al binomio padre-soledad. En fin, como vemos, todo un alarde de ignorancia representada en alta voz.

Así, fueron llegando libros y autores franceses que se debatían entre la figura del padre y la de la soledad, no los libros propiamente, sino mis circunstancias y las circunstancias de mis circundantes. Llegó Albert Camus, llegó Pierre Michon, llegó Julien Gracq y llegó Le-Clézio.

Me detengo ahora en este último por culpa de la rápida lectura de El africano. Llegué hace tiempo a Le-Clézio por otra obra: El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido. Necesitaba una visión diferente a la Visión de Anáhuac, diferente a las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, algo más contemporáneo, con la visión del no-implicado-directamente, ahora tal vez pienso que se trató de una especie de legitimación a querer entender y saber lo que a otros les queda más cerca. Luego quise conocer de Le-Clézio algo más literario, pregunté a amigos que sí tenían ese conocimiento de literatura francesa y me dirigieron exclusivamente a una obra: El atestado; la primera del novelista, la más pura, en donde podemos observar muchos paralelismos con la obra de Camus, El extranjero. El atestado es una obra que se recrea en un espacio de soledad, en donde el personaje principal –creo recordar que se llamaba Adam Pollo– mantiene contactos muy puntuales con la realidad, una realidad llena de aristas, de geometrías humanas que encajan difícilmente en el debate existencial que guarda. Soledad. Pero recientemente llegó a mí El africano (editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2008 -2ª edición), que comienza con estas líneas:

“Todo ser humano es el resultado de un padre y de una madre. Se puede no reconocerlos, no quererlos, se puede dudar de ellos. Pero están allí, con su cara, sus actitudes, sus modales y sus manías, sus ilusiones, sus esperanzas, la forma de sus manos y de los dedos del pie, el color de sus ojos y de su pelo, su manera de hablar, sus pensamientos, probablemente la edad de su muerte, todo esto ha pasado a nosotros”

Le-Clézio reconstruye la realidad de un padre que apenas pudo conocer por culpa de los devenires de la guerra y la miseria: un hilo común que unía a África con Europa. Cómo justificar entonces el carácter y las manías de ese hombre que carga un pasado tan complejo, que ha contemplado el estallido violento de un continente que posee extensas porciones de tierra roja. Le-Clézio se enfrenta a la escritura como proceso solitario para reconstruir no sólo la parte de un pasado sustraído sino la propia identidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel