jueves, 2 de diciembre de 2010

Los de abajo

Poco queda al respecto sino destacar, en un humilde blog que hace tiempo que no se renueva, el papel determinante del médico Azuela en el establecimiento de la novela de la Revolución Mexicana.

Como sabemos, ante el estallido de la Revolución, los caminos literarios siguieron tres vías: en primer lugar, los que escribieron en torno al pasado colonial (un ejemplo podría ser Visionario de la Nueva España, de Genaro Estrada 1921), en segundo lugar, los “Estridentistas” (Maples Arce, Xavier Icaza) y los del grupo “Contemporáneos” (Salvador Novo, José Gorostiza, Carlos Pellicer), que se fijaron más en los procedimientos estéticos que ya se ensayaron durante el modernismo y, por último, los autores que captaron la inmediatez del momento revolucionario como una crónica que los implicó personalmente.

Mariano Azuela fundó, con su obra Los de abajo (publicada en fascículos a lo largo de 1915, luego como libro en 1916 –sin notoriedad en México hasta su publicación de 1925), el ciclo novelístico de la Revolución Mexicana. Las características generales de la obra vienen determinadas por la inmediatez y la urgencia del momento: su papel de médico durante la contienda le sirvió de motivo.

Los de abajo no sólo es una novela realista –crónica de una época convulsa del pasado de México–, establece el canon de la novelística que se va a producir hasta casi tres décadas más tarde: desilusión y pesimismo ante las consecuencias del conflicto bélico, debate en torno a la identidad del mexicano, reproducción de discursos ideológicos, tono épico de la narración –sustentado en el papel de un héroe–, linealidad del relato y simetría estructural, por citar algunas de ellas. Además, esconde temas de relevante profundidad, como por ejemplo el de la tierra en su sentido material (fruto de los conflictos, diana de las decisiones políticas, devoción que lleva a muchos hombres a luchar sin más finalidad que la de preservarla) y en su sentido espiritual, telúrico (relacionado con los derramamientos de sangre sobre ella).

En Los de abajo también se van a retratar por primera vez tipos de personajes que van a sucederse en la novelística de la Revolución Mexicana, así como escenas que van a inspirar momentos de otras novelas (me acuerdo ahora de La sombra del Caudillo, de Martín Luis Guzmán, El resplandor, de Mauricio Magdaleno o La negra Angustias, de Francisco Rojas González).

De la novela se han hecho excelentes estudios, se han publicado numerosas ediciones, se ha llevado al cine en diferentes versiones. Sobra cualquier intento aquí de análisis –no ha lugar–, sí me gustaría fijarme en un detalle enigmático de la misma que, sin duda, aparece de una manera residual en la trama y, sin embargo, va a expresar la emoción general de los escritores, en los años sucesivos, ante el hecho bélico. Se trata de la aparición, en la Tercera Parte –en el capítulo II– de un personaje secundario: Valderrama. En primer lugar, advertimos su presencia en la obra en la parte en que el intelectual Cervantes ha desaparecido, luego de haber robado lo suficiente para no seguir participando en el conflicto. Este Valderrama, enmarcado en el tono pesimista en el que la epopeya narrativa ha degenerado por culpa del binomio matar-robar que traiciona los ideales revolucionarios, supone un canto lírico de esperanza a los que sí han confiado o confían aún en los resultados de la noble empresa –en el peor de los casos, simplemente supone una evocación de aquellos revolucionarios verdaderos. Valderrama es el que marca el tono más pesimista de la novela, el hilo que nos lleva a la remembranza de los idealistas –no ideólogos. El canto de conciencia de este personaje se lleva a cabo en el cénit degenerativo de la trama: el intelectual Cervantes huido a Estados Unidos desde donde intenta convencer a uno de sus lugartenientes para que robe más y suba con él, las filas del ejército engrosadas a base de antiguos federales que, además, van ocupando puestos de mando, soldados dedicados a grandes borracheras, robos y muertes discrecionales. El canto de Valderrama, consigue al menos una pequeña reacción del héroe Demetrio Macías. “¡Y he ahí cómo los grandes placeres de la Revolución se resolvían en una lágrima!”, afirma el narrador.

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