*La presente entrevista se publicó (junto con un ensayo sobre las obras de ambos autores y una selección de sus poemas) en la revista Separata, número 22, correspondiente al mes de julio de 2011.
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Viviana Paletta (Buenos
Aires, 1967).
En 1986 recibió el 1er premio de Poesía en
el I Certamen Literario para la Mujer Argentina y en 1989 fue seleccionada en
la Primera Bienal de Arte Joven de Argentina. En 2003 publicó su libro de
poemas El patrimonio del aire. Sus
cuentos integran: Di algo para romper
este silencio (México, 2005), Antología
de seres de la noche (México-Florida, 2006) y El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores
hispanoamericanos, (Santiago de Chile-Lima, 2007). Está incluida en
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Óscar
Pirot (Ciudad de México, 1979)
Nació en la ciudad de México en 1979. Es autor de los
poemarios: Memoria del agua (Amarillo Editores, México, 2005), Luz anfibia
(Mención Especial del Jurado en el Premio de Poesía Universidad Complutense,
2010) y Bestimenta (Papel de Fumar Ediciones, La Tabacalera, Madrid, 2011).
Parte de su obra aparece recogida en la antología Donde el olvido no habite
(Legados Ediciones, Madrid, 2011). Actualmente reside en España y es miembro
del colectivo de poesía Lavarca Ebria.
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Aprovecho la ocasión para felicitaros
por la publicación de vuestros dos excelentes poemarios, Las naciones hechizadas y Bestimenta
que, sin duda, ofrecen una buena muestra de la calidad que la poesía
hispanoamericana, si atendemos a vuestro origen, tiene en la España
contemporánea; calidad a la que responden editoriales humildes y atrevidas
―esta calificación sólo desde la visión mercantil que hoy prima― como Papel
de Fumar Ediciones, de Madrid (España) y El Otro el mismo, de Mérida
(Venezuela), al reconocer el privilegio que los lectores tenemos de disfrutar
con estas letras.
Conrado Arranz (CA): Me gustaría, en
primer lugar, saber cómo compatibilizáis vuestra vida cotidiana con la
escritura de poesía.
Viviana Paletta (VP): Hablar de
compatibilidad sería todo un logro… Tengo una niña chiquita y llevo adelante
un proyecto editorial que, dado las dificilísimas circunstancias que estamos
atravesando, requiere la totalidad del tiempo y
Óscar Pirot (OP): El desbordamiento de
la cotidianeidad a veces me produce un estado de indeterminación, una suerte
de autismo existencial. Es como si la densidad de los días me fuera
fosilizando y me maquillara con un halo de invulnerabilidad. Es entonces
cuando la escritura se hace más necesaria, es entonces cuando uno se detiene,
baja las armas y se predispone a una voluntad de contagio. En mi caso, la
escritura no surge del trayecto sino de las pausas, esas pequeñas visiones en
las que de pronto el entusiasmo y la vitalidad nos devuelven la capacidad de
asombro. El asombro permite que uno no sea sombra. En mi día a día busco un
estado contemplativo, ese pequeño hallazgo que puede surgir de una reflexión,
un recuerdo o un contacto directo con la intemperie. Entre ese hallazgo y el
acto de la aparición del poema atravieso por un proceso al que denomino la sedimentación del lenguaje, un
lento despeñarse en el que busco que el poema sea quien me escriba y no yo
quien escriba el poema. En ese sentido
escribir no es escribir sino desollar el silencio, desoír para escuchar lo
que hasta ese momento se nos presenta como indecible. En mi vida cotidiana
compatibilizo la escritura con esa alteridad entre el hombre seducido por el
letargo de la rutina y el niño que se detiene boquiabierto a sentir cómo el
mundo acaba de nacer.
CA: ¿En qué proporción repartís la
carga espiritual y la carga material dentro de un poema?, ¿qué importancia
tiene la forma respecto al contenido en vuestra poesía? y ¿qué función cumple
cada una?
VP: toda la carga espiritual, como la
defines, se expresa a través de la “estrategia” material. Para mí el poema es
un “híbrido” de continente (o forma) y contenido; no tiene ningún sentido que
la balanza se incline a favor de uno o de otro, iría en detrimento del poema.
Creo que un poema es una entidad autónoma cuando alcanza la mejor forma, la
expresión única de ese contenido a través de la materialidad que le sirve de
vehículo.
OP: Siempre me ha cautivado -entre
otras influencias filosóficas como el concepto de sustancia divina de Baruj Spinoza- la teoría del hilozoísmo de
Tales de Mileto como ejercicio espiritual a lo largo de mi vida. El
hilozoísmo abogaba por una animación psíquica de lo que a nuestros ojos se
presenta como inanimado. Tales de Mileto confiaba en que las cosas estaban
habitadas por pequeños dioses. Más allá de esta creencia, que me resulta
peculiarmente afín con la religión del shintoismo –guardando, claro, las
debidas proporciones- lo que me
produjo cierta curiosidad fue llevar a cabo ese planteamiento indagatorio
sobre las cosas que me rodeaban. Un ensayo imaginativo de despersonalización
para intentar penetrar en el ser de las cosas y hablar desde ellas o siendo
ellas. Por eso creo que la carga espiritual en mis poemas no está escindida
de la carga material, intento más bien que confluyan y se vean sometidas a
una simbiosis en la que se contengan simultáneamente. Trato que el poema
contenga un aliento místico y sobre todo naïf. En ese sentido me cautiva mucho una idea
del poeta mexicano Antonio Deltoro que dice que en “la infancia todo está
animado, todo está almado”, es
decir, que todo tiene alma. Lo que intento es que el poema sea una recreación
del instante, una realidad poética en donde las cosas dejen de ser ellas
mismas para convertirse en otras.
En algunos de mis poemas la
importancia de la forma es fundamental debido a que la distribución
tipográfica del verso o la adecuación a una forma métrica convencional o
inventada son el vehículo para que las palabras cuajen y fortalezcan el
sentido de lo que en ese momento se está diciendo. El cuerpo del poema se nos
presenta como una danza petrificada que cobra movimiento en la lectura. Busco
que la forma cumpla la función de hacer visible la musicalidad interior que
duerme en cada poema, y en otros casos que alimente el significado que se
desprende esa musicalidad. El contenido en la forma se vuelve incontinencia,
va más allá de ella, es una semilla que nace para transgredir
sus límites y florecer en una imagen distinta a la que se proyecta. En
mi poemario Bestimenta intenté que
esta relación fuera por demás evidente, quise que fuera un bestiario del
lenguaje. Así, por ejemplo, si el poema se refiere a una ardilla, un
escarabajo o a una libélula, utilizo el haikú, el aforismo o la greguería;
mientras que al hablar del hipopótamo, el mandril o de una cocodrila, recurro a un
desbordamiento, una incontinencia del lenguaje que denote la pesadez o la
violencia verbal que estos animales pudieran encausar a través de una voz
imaginaria. La forma y el contenido son una unidad indisoluble que busca ser
disuelta.
CA: En ambos poemarios, la reflexión
en torno al lenguaje termina por constituirse en un elemento esencial, ¿qué
inquietud os genera este tema y cómo interactúa con el resto?
VP: Más que inquietud, supone un reto,
un aliciente, un acicate para la imaginación y el trabajo de encontrar la
correspondencia de la palabra con la forma que le es idónea. Creo que tenemos
“el lenguaje” y “todos” los lenguajes (y todas las formas, las más puramente
líricas y las provenientes de otros ámbitos) como materia prima a nuestra
disposición.
OP: Mis dos grandes obsesiones son el
lenguaje y la luz. Desde el Cratilo
hasta nuestros días la idea de la palabra como portadora del ser ha sido un
tema inagotable. En mi opinión, este cuestionamiento se reduce a una
paradoja: el lenguaje no da vida pero es vida. “Hay que pensar -nos dice María Zambrano- que el primer lenguaje
tuvo que ser delirio. Milagro verificado en el hombre, anunciación, en el
hombre, de la palabra.” Si la palabra se anunció en nosotros estamos
destinados a enunciarla. En mis poemas no busco explicar el lenguaje sino
simplemente evidenciarlo, que el lenguaje se diga sí mismo. La poesía está
más cerca de la onomatopeya primitiva porque recurre a ese delirio para
exorcizar un estado de lucidez. Esta esencia interactúa en mi poesía a modo
de intermitencia: que el lenguaje poético diga y que también se diga.
CA: ¿Cuáles pensáis que son los ingredientes
del lenguaje moderno?, ¿cómo se articula en relación con los hechos
cotidianos?
VP: Resulta una pregunta muy amplia y
compleja ya que somos “canales” de innumerables tipologías lingüísticas,
simultáneamente, resultado de los medios de información y comunicación
vigentes hoy, novedosos algunos como internet, móviles (celulares), etc. Por
un lado se tiende a la especialización, pero, lamentablemente, con la
imposición de ciertas perspectivas (por ejemplo, la del lenguaje económico y
financiero, la terminología deportiva –donde todo se subsume en una lógica de
la competencia–, los eslóganes propios de la publicidad y la propaganda,
etc.) ese lenguaje especializado invade los otros ámbitos, hasta los menos
afines, desplazando otras variantes lingüísticas más apropiadas e incluso
llevándolas al abandono. De ahí la pobreza lingüística que nos aqueja y que
vuelve el discurso vigente monocorde, estrecho y, las más de las veces,
vacío. Lo que deriva en una falta de elementos para asimilar la experiencia,
sea esta la correspondiente a la cotidianeidad o a hechos de mayor alcance.
OP: Las redes sociales y la tecnología
han convertido nuestra vida en un hipertexto colectivo. Las voces se
entremezclan y dan por resultado una especie de multi-autobiografía mutilada.
Este palimpsesto está marcado por
la fugacidad, la concisión, la divulgación y la evidencia de lo íntimo. La
hiperactividad de nuestras sociedades nos orillan a decir y a señalar,
cuando en realidad debiéramos nombrar
y descubrir. Esta es la
ambivalencia que el lenguaje moderno y los hechos cotidianos nos están
heredando.
CA: ¿Qué sentimientos os produce
escribir poesía?
VP: La libertad. La posibilidad del
autoconocimiento. Una forma particular, lúdica y clarificadora, incluso
luminosa a veces, de pensar.
OP: Escribir poesía me produce una
sensación de compañía y orfandad. Vivo la poesía como un duelo interior, una
oración, un rezo. Siento una gran debilidad y empatía por Ícaro y Faetón. En
ambas figuras me cautiva el riesgo del ascenso y la caída. Escribir poesía me
produce ese vértigo inmóvil. El riesgo de estar vivo.
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CA: Conocemos de cerca poetas que han
vivido casos tan traumáticos o, sencillamente, tan irracionales, que han
llegado a decir basta a una realidad poetizable, que se han visto
determinados a dejar de escribir ―muchas veces en beneficio del activismo. La
violencia es, en muchas ocasiones, culpable de esta determinación, ¿cuál es
tu opinión al respecto?
VP: La literatura latinoamericana
tiene incontables casos de convivencia de la vida política con la literaria
(indiscernible en sus orígenes, como en el caso de Sarmiento, Echeverría,
etc.) del abandono de la escritura en favor del activismo político, empezando
por Martí y más específicamente a mediados del xx deriva en la lucha armada (Dalton, Urondo, Bustos,
Walsh, etc.) y estoy de acuerdo contigo en que la violencia, especialmente la
totalitaria, acelera ese tipo de decisiones, aunque también los ideales,
sentir que se forma parte de una maquinaria colectiva en un momento histórico
único, por lo que las vocaciones individuales como es la literaria se llegan
a percibir, a sufrir, como un lastre: es claro esa disyuntiva terrible que
sufrieron algunos autores. Creo que el poeta, el escritor, como cualquier
otra persona que da lo mejor de sí en la práctica de su vocación y oficio,
tendría que salvaguardar esa tarea porque le es intrínseca como persona, pero
también es un trabajo social, comunitario: sus palabras son para los demás,
así sus reflexiones, sus hallazgos, su pensamiento. Sin embargo, entiendo
perfectamente que formar parte de un movimiento revolucionario –o ser víctima
de una dictadura, por ejemplo- lleve a abandonar la práctica de esa vocación.
CA: En tu poesía hay una constante
referencia al sentido de la tierra para el hombre. En el poema que da título
a tu libro afirmas al principio: “La muchedumbre emerge del barro”, para
luego, en un sentido más material, constatar: “Pero tenemos pavor / de que
nos rapten la tierra”. ¿De qué manera enraíza dicha concepción con la
tradición hispanoamericana de principios del siglo XX?, ¿cómo crees que
influye este tema en tu obra, en tu concepción del mundo?
VP: Como decía Joaquín Pasos, “Cuando
lleguéis a viejos, respetaréis la piedra…”. Siendo completamente sincera, tu
lectura fue la que reveló esta presencia tan pertinaz en mi poesía, de la que
no era consciente (me consideraba más “urbanita” y menos “gauchesca”). Creo
que tiene que ver con la idea de permanencia, con la raíz última del ser.
Reflexionar en qué es lo que permanece cuando todo se desbarata, se
desintegra. Más en el tipo de vida que llevamos en las ciudades a principios
del siglo xxi: todo fluye, se
migra, se cambia continuamente, hasta “lo sólido se desvanece en el aire”,
como anunciaba Marx, vivimos entre virtualidades y variantes constantemente,
entre la ligereza y la inaprehensión, con graves problemas para “capturar” la
experiencia, asimilar las vivencias; y quizá los elementos “permanentes” como
la tierra respondan a esa necesidad de anclarse, sostenerse, aunque sea en su
mínima expresión. Es probable que su origen se encuentre en la narrativa
latinoamericana de principios del xx (José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos,
Horacio Quiroga) donde el paisaje es un protagonista más, e incluso a veces
tiene la última palabra, y que también se puede rastrear en multitud de
autores posteriores, como Borges, Girondo, Neruda, Rulfo, Lezama Lima, y por
supuesto Vallejo… Y también en escritores argentinos que me apasionan, el
narrador Rodolfo Walsh y el poeta Arturo Carrera.
CA: ¿Si fueras un animal?
VP: Alguno que tenga que ver con los
espacios abiertos, el aire libre; el viento en la cara: un caballo, algún
felino. También un pez ligero en el mar.
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CA: El hombre y la bestia forman el
binomio esencial en tu reciente poemario, ¿cómo se articula en torno a tu
concepción poética?
OP: Todo parte entorno a una reflexión
de lo
animal y lo poético. La naturaleza animal implica en sí misma un estado de
permanencia poética. Pareciera que los
movimientos naturales de ciertos animales poseen intrínsecamente una belleza
singular. En contraste, los movimientos naturales del hombre resultan a veces anodinos. Creo que,
entre otras muchas razones, inventamos el arte para llenar los vacíos
poéticos de los que carece nuestra propia naturaleza. El arte, más allá de alejarnos
de los animales, nos acerca más a ellos. Mi poemario Bestimenta es un acercamiento hacia esta concepción fraterna con
lo animal.
CA: Como en “Sueño manatí” [poema
incluido en Bestimenta], en
ocasiones resulta difícil expresar con el lenguaje lo que forma parte de
nosotros. En tus poemas, la reflexión en torno al silencio, constituye un
tema recurrente, ¿cómo planteas esa relación entre lo nombrado y lo no dicho?
OP: La insinuación es una de las
virtudes poéticas que más me seducen. Esta virtud la descubrí gracias al
acercamiento a la poesía china, japonesa e hindú, que se lo debo en gran
parte al libro Versiones y diversiones
de Octavio Paz. La insinuación plantea que el poema está en lo no dicho.
Entre lo nombrado y lo no dicho hay una inercia que se desprende y nos
convida de una nueva incertidumbre que nace a partir de lo que el poema dice.
El poema nace del silencio y regresa a él. Es una ablución que acaba por
convertirse en un vapor más allá de su agua. Es ese vapor lo que busco al
bautizar el poema.
CA: ¿Si fueras un territorio?
OP: Sería un paisaje nevado. La nieve
es la escritura que borra lo dicho por el paisaje.
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