Seguramente,
el texto que sigue a continuación no haga justicia literaria al contenido de dos
libros ―colecciones de poemas― de muy reciente publicación: Las naciones hechizadas (Mérida
–Venezuela–, 2010), de la escritora argentina Viviana Paletta, y Bestimenta (Madrid, 2011), del mexicano
Óscar Pirot, ambos residentes en suelo español. Lo que iba a ser una reseña
para dar testimonio de dos hechos excepcionales ―alumbramientos silenciosos
aunque incómodos para el lector― se ha convertido en un ensayo más voluminoso.
El lector no encontrará en estas letras hilos a las obras de la tradición
poética española o hispanoamericana, tampoco sesudas teorías literarias que
expliquen la composición de los versos o la estructura de los poemas que
integran ambos libros, ni siquiera un testimonio liminar de gráciles eslóganes
editoriales que inciten a la pulsión mercantil que todos poseemos de manera más
o menos oculta. Lo que sigue es un sencillo ronroneo, el sonido aparente de un gato
que durante días se restregaba contra mí mientras leía inocentes y cercanos poemas
con la mirada con la que uno se aproxima a algo que emana de un ser querido.
Cuando acabé su lectura intenté encontrar al felino en el espacio que
delimitaba mi pequeño territorio, pero éste había desaparecido o, tal vez ―y
esto siempre es peor―, nunca había existido. Simplemente gravitaba, entre el
espacio delimitado por ventanas y paredes, aprisionado, ese ronroneo constante
e incómodo, difícil de descifrar, sostenido en clave de Sol,
que sólo el silencio ―enojado con la condición humana en el albor del siglo XXI―
podría descifrar y poner emoción en forma de letra. Ayer pensaba ―y hoy dudo― que
era justo recurrir a la condición de creadores hispanoamericanos en España de
Viviana y Óscar, hacedores en tierra ajena a su alumbramiento, renovadores de
un género que viene de una tradición poco conocida o difundida en España, al contrario
de lo que ocurriera con la novela que se llamó del boom, la de mediados de
siglo XX, cuyos precursores Juan Rulfo o Jorge Luis Borges, entre otros, hoy
cumplen veinticinco años de desaparición corporal. Largos son los caminos que
conducen a la literatura hispanoamericana en España, como largo el
enriquecimiento que la española ha experimentado en las últimas décadas gracias
a aquélla; Viviana y Óscar pertenecen a una generación de autores que, si bien su
adolescencia transcurrió entre lecturas provenientes de su tradición nacional ―algo
que, sin duda, otorga a su voz esa denominación de origen que todo lector
distingue―, su despegue literario se encuentra influido por la época que nos ha
tocado vivir, aquélla en que las noticias, las formas, las influencias, las
lecturas, la crítica, viaja a la velocidad de la luz por diferentes canales de
comunicación. Así, un lector escéptico, aburguesado, melancólico, como el que podría
estar escribiendo esta opinión, puede encontrar bajo la pluma de ambos poetas, elementos
suficientes para elevar al carácter de universal sus temas y convertir las
palabras ―bajo la belleza de la estética― en balas dirigidas al centro de
cualquier existencia.
Hoy
la realidad se hace urgente y lo que iba a ser una lectura personal sobre dos
obras se convierte en un eco exterior de consecuencias inabarcables. Uno pasea
despistado por la Puerta
del Sol y confunde entre la muchedumbre voseos, seseos, haches aspiradas, tonalidades
lingüísticas y léxicas de diferentes colores, palabras que todo el mundo
entiende aunque sea la primera vez que las escuche. La reflexión sobre el
alcance del lenguaje y su uso ocupa un elemento esencial en ambos autores. De
alguna forma, ambos poemarios parten de la muerte del hombre tal y como se le
entiende en el siglo XXI: un ser ahogado por musculosa materia que carga allá
donde se traslada pero que, no obstante, en esos trayectos abandona lo que de
espíritu le queda. En esas masas ingentes debe encontrarse la esperanza de luz,
el espíritu animoso a la crítica y al cambio, ya sea en la animalidad que todos
albergamos como instinto, como nos presenta Óscar Pirot, o ya en la capacidad
de indignación ante sí mismo, el reconocimiento de lo que no queremos ser y,
sin embargo, la incertidumbre ante lo que somos, como lo hace Viviana Paletta.
Así las cosas, ¿nos costaría identificar en la nueva cúpula del intercambiador
de Sol ―diseñada por Fernández Alba― a un ballena transparente que escupe
bocanadas de personas hacia la plaza mientras cada uno de los individuos apuntala
con arpones sus mensajes de futuro? Un animal que colabora en la ruptura de las
barreras que trasluce Óscar Pirot en su poema “Araña”:
“y
se van acostumbrando a ser el hilo
mortal
que estranguló su propia luz”
Bestimenta,
como dice Julio Espinosa en el prólogo del libro, es “como quien dice
Bestiario, como quien dice Vestido de Bestia o Bestia Vestida”; en realidad,
una forma de identificación del hombre con la bestia, metamorfosis que, también
como pretexto literario, sobreviene en “El domador domado”, poema con el que
Pirot abre el libro:
“ha
comido ya su ración de carne
ha
dejado el plato vacío
la
página en blanco”
Pero
también, ¿nos costaría identificar, en todas aquellas personas acampadas en el
suelo de las plazas de centenares de ciudades y barrios, una actitud de escucha
hacia la tierra, una inmersión mágica que busca delatar el sentido primigenio
del hombre para revertir el orden que él mismo ha establecido?, ¿no encontramos
en los desalojos violentos que realiza la policía el derramamiento de sangre
purificador, la identificación del hombre con la naturaleza, la visión telúrica
de la existencia? Viviana Paletta, en el largo poema que abre su obra y que, a
su vez, le da nombre ―“Las naciones hechizadas”― afirma con determinismo:
“En
la mañana informe del tiempo.
La
muchedumbre emerge del barro:
el
torso, rígido; la cabeza
levantada”
Aún
más explícito con esta cuestión es su poema “La ronda de los arqueros”:
“Nos
frotamos
uno
tras otro
las
manos con resina,
el
pecho con tierra bermeja”
La
tierra se convierte en el motor de la poesía, en el motor de la civilización,
en su brújula (“Despiertos, se desorientan/y hambrean”) y en su codicia (“Pero
tenemos pavor/de que nos rapten la tierra”). Por supuesto, los crímenes, el
derramamiento de sangre, nos iguala en esta búsqueda por encontrar los
elementos que sintetizan al ser humano universal.
“Nuestro
es el cuento del barro y del maíz,
y
una escarcha de crímenes
que
cautivan
a
los dioses del azar”
Reflexionar
en torno al sentido más primigenio del hombre, reducirlo a las acciones más
sencillas, a las causas de las decisiones y sus consecuencias, es la única
manera de recuperar los actos individuales que lo caracterizan, de alejarlo de
la complejidad de un mundo que impide dirimir responsabilidades, que favorece
el refugio en la masa, en los comportamientos comunes. Recientemente un torero
afirmaba en un programa de televisión: “yo no soy una persona violenta”, cuando
una tertuliana le acusaba de haber provocado una pelea a la salida de un bar;
olvidaba tal vez que su profesión principal ―aunque en ese momento se
confundiese con la de dicharachero― era la de matar a un animal con diferentes
herramientas mientras la gente aplaudía al ritmo de su sufrimiento.
Confluyen nuestros dos autores, de telurismo
y seres humanos también habla Óscar Pirot en su poema “Luciérnaga de sangre”:
“La
tierra evapora
su
vientre de obsidiana
coagula
el tiempo en un grano
de
luz”
La
recepción de las antiguas tradiciones indígenas de América ―que tan bien supo
captar el Conde de Keyserling a través de su idea empírica de la filosofía y de
la influencia de la sabiduría antigua en la actualidad― y el sentido latente de
lo mítico como herramienta privilegiada para explicar las afectaciones del ser
humano, se dan cita en los poemas de Pirot y de Paletta. Pirot acoge en su
bestiario a animales como el Ave Fénix, el unicornio o el tzitzimime, animales
que salen de nosotros mismos, de nuestra tradición, son si cabe el resultado
más perfecto de la fusión entre la bestia y el hombre, fuerza que mide el paso
del tiempo, proyección futura; mientras, Paletta acude más al sentido mágico y
natural de la tierra, en contraposición
con la tradición católica más arraigada en nuestras sociedades, como sucede por
ejemplo en el poema “Stabat Mater”,
formado por estrofas de cuatro versos cuyos dos finales siempre contienen el
mismo pareado: “viendo que sus ojos/a la guerra van” ―sinécdoque tomada de la
canción gongorina “La más bella niña”―
coro de almas que contesta hechizado al corifeo de una antigua tragedia griega.
Felizmente la autora lo ubica tras el poema “Las naciones hechizadas” que narra
la creación histórica de la civilización.
En Bestimenta y en Las naciones
hechizadas, por tanto, se plasman dos visiones de superación del ser humano:
como sujeto animal y como sujeto racional; la liberación del mismo a través de
sus emociones más primarias o su liberación en el reconocimiento racional de su
especie y evolución. Dos impulsos poéticos que hacen un llamado a reconocerse y
que tratan de una manera transversal la reflexión sobre el lenguaje, elemento
sobre el que se articula dicho entendimiento, elemento que también permite al
poeta hacernos llegar su voz.
“la
palabra abandona su casa hueca
y
resplandece desnuda en un rincón del jardín
el
caracol se deshace por fin del silencio
y
ofrece su cuerpo
desnudo
en el poema”
De
esta forma Óscar Pirot entrelaza bestia-lenguaje-hombre, se sirve de diferentes
niveles semánticos para confluir en la importancia central del silencio. Así,
muchos poemas evocan ese poder intrínseco que contiene el silencio, como por
ejemplo en “Hormigas”, donde éstas son capaces de levantar mucho más que su
propio peso, al igual que el silencio es capaz de hacer en relación con las
palabras; o en “Pantera”, animal que queda relacionado con el silencio en los
siguientes versos: “eres el silencio/que nace en la muerte/de cada palabra”, un
silencio posterior, que vive después del fallecimiento de la palabra o que necesita
de su muerte para vivir. Sin embargo, ese silencio, inherente a la bestia por
su incapacidad de articular lenguaje, evocador de manera intrínseca para la
comunicación, adquiere una trascendencia social cuando interactúa con el ser
humano ―especie dentro de la cual se encuentra el poeta―, somos incapaces de
manejar la palabra, ésta pierde peso, se desintegra y, vacía, sirve más al
objetivo de la domesticación; la bestia, silenciosa dentro del ser, aguarda
para ser evocada. Así, su poema “Peces”, destaca el virtuosismo de dicha
especie para dormir con los ojos abiertos por la ausencia de párpados, luego…
“la
palabra es un ojo sin párpados
su
sueño es la escritura
su
realidad el silencio”
Viviana
Paletta, sin embargo, tiende poéticamente hacia el silencio a través de la
desarticulación del lenguaje por el uso que de él hacemos los seres humanos.
Principia su reflexión en el poema ya comentado que da nombre al libro, “Las
naciones hechizadas”, en donde deja clara su vocación de comparar al silencio
con el mar; silencio y mar como elementos inmensos que dan sentido al lenguaje
y a la tierra, respectivamente. A medida que avanza la obra, el tono de la
poesía se va volviendo más intimista. El lector encuentra con sorpresa un poema
sin título, como arrojado dentro del poemario, compacto, sin división
versicular ni estrófica, palabras que en realidad son símbolos de imágenes que
forman parte del imaginario colectivo actual (bombas, agonía, comparsa),
siempre impulsadas por un verbo que pide acción y que, sin embargo, finaliza
con una negación reiterada. Después de esta condensación asfixiante del
lenguaje, el poema “Aire” ofrece una vía de escape momentánea al lector,
arrojando algo de esperanza frente al tono de pesimismo existencial que
mantiene Paletta a lo largo de toda su obra.
“Pero
me han dado
una
copa de viento:
¿no
la he de apurar?”
Estos
“poemas-bloque” los
repite la autora hasta en dos ocasiones más: “Fanfarria del arlequín”, en donde
el hombre es el centro de todas las palabras, y “Opereta forense”, articulado
en torno a la figura de la muerte que se apodera del centro de la existencia.
El efecto de estos poemas dentro de la obra es de solidez del lenguaje, de
ahogo al lector con el uso de numerosos términos ora semejantes ora ambiguos,
no hay espacio para el descanso, no hay signos de puntuación, ni siquiera el
punto y final. Paletta redondea la significación de la forma con su espléndido
y extenso poema final, “Enciclopedia universal”, que reproduce alfabéticamente
multitud de términos que hacen referencia a la violencia del siglo XXI; de
manera visual el lector ubica entre corchetes, en diferente color y ajenos al
orden alfabético, aquéllos términos que hacen referencia a la realidad de los
vencidos ―los que pueden dar luz a la historia que nos imponen desde los medios
de comunicación―, sin embargo, estos corchetes se van quedando vacíos, se van
haciendo más tenues en su tinta, se convierten en territorio devastado, espacio
vacío, lenguaje silenciado.
El poemario de Viviana Paletta está
conformado por poemas nada uniformes, tanto en la extensión métrica del verso
como en el número de éstos; la mayor parte de las veces, dichas extensiones
vienen condicionadas por el contenido del propio poema, por el empleo de
elementos simbólicos (poemas más breves) o el de elementos realistas (poemas
más extensos, más descriptivos), la autora maneja con maestría el ritmo
poético, acelerándolo a través de anáforas o ralentizándolo por medio de
oraciones yuxtapuestas, ni qué aludir a los denominados “poemas-bloque” o a “Enciclopedia
universal”, bombardeo de términos o
conceptos que nos resultan ―horror del siglo XXI― peligrosamente familiares. La
poeta desaparece detrás de los protagonistas de su poesía, lo cual confiere
originalidad a cada uno de ellos, en algunos alcanza a identificarse dentro del
colectivo, mientras que en otros su voz se objetiva por completo.
La voz de Óscar Pirot juega también
con los distintos planos semánticos a los que hemos aludido con anterioridad,
en algunas ocasiones el que habla es el propio animal, en otras habla el poeta
desde la perspectiva del animal, y en otras atrae para sí su imagen animal, es
decir, en ocasiones hay una imagen fiel de la bestia mientras que en otras hay
una imagen de la imagen que la bestia deja en la percepción humana. Cada poema
se adapta milagrosamente en su forma a la concepción del animal protagonista, a
veces de una manera radical; encontramos asteriscos repartidos entre las letras
en el poema “Rastros de luciérnaga” o en “Transbordo-hormigueo”, se sitúan
enfrentados el murciélago y el búho para hacer un juego sobre sus visiones, se
ondula la estrofa que recrea el vuelo de las palomas al compás del verbo creer al
inicio de los versos, minúsculas, mayúsculas, paréntesis consecutivos, espacios
vacíos, comillas que no encierran nada, cualquier elemento ortográfico sirve al
significado del poema, el lenguaje se disloca en virtud de las mordeduras de
una extravagante cocodrila o se adapta al vuelo de una revoltosa mariposa,
“obsérvala
atentamente
no
está ahí no pertenece al tiempo es sólo
un
espectro de seda una mancha que
dice
–vámonos”
Lenguaje sinestésico que nos permite entrar en el
espacio de percepción del animal para luego salir de él por medio de
sensaciones universales, porque son éstas las que pueden producir la catarsis
en el ser humano. Las naciones hechizadas, de Viviana Paletta y Bestimenta, de Óscar Pirot, en su
disparidad de formas y contenidos, son un debate vivo de causas, medios y
fines, una búsqueda de la animalidad, de la emoción, del reconocimiento y de la
incertidumbre de lo que somos. Paletta comienza Las naciones hechizadas con unas palabras tomadas de Elias Canetti:
“Las banderas están a todas luces compuestas de viento”. Óscar Pirot las corresponde
en su “Ave Fénix”: “descubrirás/que ya no eres el ave/sino el vuelo”. No nos
olvidemos de la animosidad que mueve nuestras acciones, de la consciencia que
envuelve nuestros actos, del viento, del vuelo, de la vida que agita toda la
materia, del murmullo de la bestia en torno a una tierra afligida y llena de
semejantes.