Muy
al inicio del libro, la voz de un narrador en tercera persona que introduce a
los protagonistas de la acción, nos confiesa que «los relatos de los marinos tienen una franca sencillez:
toda su significación puede encerrarse dentro de la cáscara de una nuez»,
cuál fue mi sorpresa que hacía pocos días que yo había comprado media cáscara
de nuez en un mercado de artesanías de México D.F. (ver foto), había ido a
comprar unos presentes para mi próximo viaje a Madrid y me llamó la atención
esa cáscara empolvada, arrinconada, insignificante que incluso creó duda en el
vendedor. ¿Cuánto cuesta?, le dije; el hombre peló los ojos y me contestó con
una pregunta: ¿va usted a comprar alguna otra cosa?; Sí ―y dejé entre sus manos
algunos recuerdos elocuentes―; es gratis. Sin duda, el vendedor no sabía que,
pese a que la nuez encierra a una mujer con su rodillo y su comal, los relatos
marinos también pueden encontrarse allí. Esto quedaría en una simple y casual anécdota
si no fuera porque pocos días después y, por culpa de una dolencia
estomacal severa, una enfermera risueña me pidió muestras de mis heces, en
concreto tres, y cada una debía de tener el tamaño de una nuez. Sintió mi
asombro de inmediato y me preguntó: ¿sí sabe lo que es una nuez, verdad?; sí,
afirmé, es el lugar en donde caben los relatos de los marineros. Ella disimuló
como si no me hubiera entendido o, peor aún, como si estuviera loco (o incluso como si yo fuera gachupín). El corazón de las tinieblas (1899 por entregas; 1902 como libro) es el relato
de un marino inglés, Marlow, que narra su viaje a una lejana colonia en
África. Sin embargo, «Marlow no era
un típico hombre de mar (si se exceptúa su afición a relatar historias), y para
él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera,
envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz, a
semejanza de uno de esos halos neblinosos que a veces se hacen visibles por la
iluminación espectral de la claridad de la luna». Esto es clave: aunque el
relato que Joseph Conrad presenta en El
corazón de las tinieblas podría ser cualquiera contado por un
marinero que se aventura en una larga travesía, esta historia, por ser de Marlow,
reviste de un sentido especial que, curiosamente, se encuentra fuera de la
nuez, cuando ese espacio no es sino nuestro interior, el interior de los seres
humanos que también nos lanzamos al mar en busca de una larga travesía que, en
el fondo, es la vida. Marlow encarna a la perfección la parábola del marinero
que nada más llegar a su destino debe arreglar un barco destartalado para
cumplir una peligrosa misión en tierras salvajes, sólo en la mar y ante las
turbulencias sabremos si ese barco resiste, si nosotros somos capaces de
soportar las presiones a las que nos somete nuestra travesía; por el contrario, si el barco
quedara anclado en puerto, cumpliendo un simple papel burocrático, nunca
sabríamos si está preparado para resistir un viaje.
Marlow, a su vez, persigue una figura mítica, la de
Kurtz, un agente del que va teniendo noticias a través de otros y que
constituirá un espejo en donde mirarse. Debe rescatarlo precisamente a él,
allá, muy lejos, remontando el río, en el corazón de las tinieblas. Pese a que
suceden algunas acciones en el exterior, el relato más intenso es el que se
produce entre líneas, el que podemos leer aplicado al espíritu de Marlow, «la
fuerza no es sino una casualidad nacida de la debilidad de los otros», ahí
inicia el verdadero viaje, el que supone una lucha para poner a la par el
subconsciente de Marlow y la temible naturaleza siempre acechante de las
profundidades del continente africano. Y encontramos, ¿casualmente, también?, dos
aspectos que serán importantes en Los
pasos perdidos (ver “A bote pronto II”): la ley y la fundación. Ante la
indómita naturaleza el personaje ironiza: «mientras existiera un pedazo de
papel escrito de acuerdo con alguna ley absurda, o de cualquier otro precepto ―redactados
río abajo―, no cabía en la cabeza preocuparse sobre su sustento», es el planteamiento
de la regulación de sociedades que no tienen cubiertas sus necesidades más
básicas, es la crítica al colonialismo inglés. En común con la novela de
Carpentier también tiene el hecho de que Kurtz había sido en esencia un gran
músico; por último, en algún momento la voz narrativa afirma: «él había dado el último
paso, había transpuesto el borde, mientras que a mí me había sido permitido
volver sobre mis pasos», ¿fuente de inspiración?.
La virtud de Conrad es no juzgar, no recrearse en
elementos exóticos que pudieran captar la atención de la civilización
occidental y sí desnudar el alma de un hombre ante los peligros que entrañan
las fuerzas de la naturaleza; si se escapa una crítica mordaz al sistema,
mejor, pero todo sutil, suave, como se desliza el barco de Marlow entre las
aguas tenebrosas.